Semana Santa.
Los actos litúrgicos que se celebran en Cabolafuente tienen dilatada historia, pues se hunde en las raíces de la Edad Media.
Los pasos que se procesionan: El Cristo crucificado, el Niño y las dos Vírgenes, son piezas únicas, talladas en madera y de indudable valor histórico, cultural y artístico. Verdaderas joyas. ¡Con qué fervor y sentido religioso participábamos en todos los actos!
Oficios de Jueves y Viernes Santo, Vía Crucis: los vecinos acompañábamos al Cristo y a la Virgen de los Dolores, precedidos del Pendón vestido de negro, en su caminar hacia el Calvario, reviviendo las estaciones por las calles del pueblo, hasta la Ermita de San Gregorio. El Santo Entierro. El sermón de las Siete Palabras en el que el sacerdote reflexionaba, con «vehemencia», sobre las últimas palabras que Cristo pronunció en la Cruz.
El Jueves Santo no faltaba el «toque lúdico» de visitar las casas de familiares y amigos para tomar la limonada casera, acompañada de rosquillas y tortas.
En la madrugada del domingo de Resurrección se celebra «El encuentro». Se escenifica en las eras el encuentro de la Virgen con su Hijo Resucitado. Por distintos itinerarios, se procesionan los dos Pasos, adornados con preciosas guirnaldas de flores del campo (cerezos y almendros). Los niños transportaban al Niño y, los hombres a la Virgen, que salía de la iglesia cubierta con un manto negro y regresaba de encaje blanco.
¡Quién no recuerda, con cariño y emoción, el momento de retirarle el manto a la Virgen al encontrarse con su Hijo! Todos cantábamos con entusiasmo: «…Acerquemos a la Virgen, como cosa de tres pasos, para que vea a su Hijo que abierto tiene los brazos…», la misma que cantaban nuestros padres y abuelos. A continuación, se soltaba una paloma y en sus alas llevaba nuestros deseos, nostalgias y ausencias, con la mirada puesta en el Cielo.
Los mozos, aprovechando la alegría de la Pascua, de madrugada, trepaban a los balcones de las mozas para cubrirlos de flores y sorprender a su amada.
Las peculiares características de estos actos, hacen que sigan siendo en la actualidad, un foco cultural y religioso muy importante para todos los que quieran conocer las raíces de nuestro pueblo.
San Juan.
La noche de San Juán ó «El Rocio», es una tradición mágica y misteriosa que en Cabolafuente se ha celebrado desde hace muchísimos años.
Las personas del lugar, familias, jóvenes y niños con sus maestros, iban caminando desde el pueblo, hasta la Torrecilla, (donde estuvo ubicado el primer asentamiento en la época celtibérica.) esperando juntos, con cánticos, bailes y alegría la llegada del amanecer.
¡Con qué ilusión esperaban la salida del sol!!! Asombrados, veían el efecto hechicero, que los primeros rayos de sol producían al atravesar las gotas de rocío. Se crea un efecto prismático en la atmosfera, que llena de magia y encanto todo el lugar. Los más pequeños jugaban intentando coger las grandes gotas de escarcha que se depositaban en las plantas.
Una vez finalizado este maravilloso amanecer, se bajaban al barranco a lavarse la cara, pidiendo un deseo, y tomando una jícara de chocolate con torta, pan…. Después de divertirse bailando y corriendo por el paraje, volvían al pueblo.
Uno de los objetivos de la Asociación cultural, es rescatar todo aquello que servía para celebrar algún acontecimiento –en este caso el solsticio de verano- y la celebración de San Juan. Por ello nos hemos puesto manos a la obra, preguntando a los socios su opinión al respecto, con un resultado de lo más favorable, por lo que estamos encantados de haber rescatado una convivencia tan familiar y entrañable.
Con todo esto pretendemos conseguir que cada día venga más gente al pueblo, y así Cabolafuente se de a conocer por las actividades culturales que en él se realizan. Aprovechando el fin de semana que marca la llegada del verano, momento en que todos vamos de un lado para otro, nosotros hemos pensado tener:
1º Encuentro de jóvenes pintores que con pintura rápida –un día – puedan plasmar los encantos y belleza de nuestro pueblo y su entorno. La iglesia, el pueblo, las fuentes, las bodegas, sus campos, el palomar, etc. (Cada año se buscará un tema nuevo).
2º Cena de convivencia (sábado noche). Participación de todos en elaborar el menú. Al terminar se preparará el chocolate para tomarlo al día siguiente viendo salir el sol.
3º La madruga del domingo, las gentes del pueblo y visitantes marcharemos a la Torrecilla para ver los primeros rayos de sol y el espectáculo mágico: «El Rocío».
Amenizaremos la espera cantando canciones y bailando. Después, una vez lavados con las gotas del rocío, seremos obsequiados con un delicioso chocolate con bizcochos preparado la noche anterior con mucho cariño.
4º bajaremos desde la Torrecilla al barranco de Cobalana, (nos lavaremos la cara en el barranco y pediremos un deseo para el próximo año) lugar reservado para festejar este encuentro. Desde el año 2008 se recuperó la fuente que lleva este mismo nombre y en el año 2011 se pusieron dos mesas con sus bancos de cemento. Es un lugar ideal para pasar unas horas de tertulia a la vez que preparamos el almuerzo con los típicos huevos fritos y chorizo, morcilla, panceta, etc…
Esperamos mucho de este encuentro. Deseamos que sea un reclamo para que en años sucesivos, haya más personas interesadas en participar y así conocer y dar a conocer Cabolafuente, este pequeño pueblo que se ha movilizado para darle valor a sus cosas, a sus gentes y a todo su entorno.
Fiestas de agosto.
Las fiestas de Agosto, originariamente se llamaron “Fiestas de la Convivencia” y se celebraban a mitad de Agosto. Empezaron en el año 1978 de mano de Ángel Gutierrez Yagüe y varios colabodores. Fueron las fiestas más populares de la zona ya que contaban con vaquillas, charanga, música, jotas y diversos actos que le dieron renombre en la comarca. Se instauraron unos estatutos y se formó lo que hasta actualmente se llama “Asociación Popular de Cabolafuente”. De esas fechas hasta el presente han pasado muchas comisiones y sobretodo mucha fiesta y mucha ilusión. En la actualidad dichas fiestas se celebran a primeros de Agosto con la colaboración de todos los vecinos y con el trabajo y entusiasmo de una joven comisión.
Fiestas de septiembre.
Fiestas Santo Cristo de la Piedad, siempre ha sido el centro y corazón de Cabolafuente. A Él han acudido todas las generaciones con sus plegarias y oraciones, alegrías y tristezas. Todos recordamos, con emoción, cuando sacaban al Cristo de la iglesia para pedir agua, en momentos de sequía, y a frenar el granizo de las grandes tormentas.
Tradicionalmente su festividad siempre se celebró tras la recogida de las cosechas,el 14 de septiembre, festividad de la Exaltación de la Santa Cruz. Con gran esplendor se vivían estos días con procesiones, banda de música, paloteo, jotas…. y una preciosa danza de moros y cristianos.
Gracias al esfuerzo y devoción de sus habitantes, esta gran fiesta no ha caído en el olvido, pues, aunque sus actos se han visto disminuidos, no han perdido la grandeza ni la similitud con los tradicionales.
Actualmente, la celebración se hace coincidir con el fin de semana más cercano al 14 de septiembre con el siguiente programa de festejos:
Sábado: Misa en honor al Santo Cristo, procesión y aperitivo ofrecido por los cofrades que han custodiado las varas. Por la tarde, rosario por las calles con el Santo Cristo, acompañado por los faroles centenarios, recientemente restaurados.
Domingo: Misa y a continuación entrega de varas en sus domicilios, a las cuatro familias (cofrades) que la han solicitado para su custodia hasta el próximo año, invitan a un aperitivo a todos los asistentes.
El hecho de que la población haya menguado, no le ha robado a nuestro pueblo un ápice de su belleza natural, ni una fuerza invisible que hace, a medida que van pasando los años, que quienes se vieron forzados a abandonarlo, sientan la intensidad de su llamada.
Los jóvenes de ayer regresan hoy, ya adultos, con la esperanza de reencontrar sus raíces, porque ni los años transcurridos, ni la vida más fácil de la capital, han conseguido borrar de su memoria los pequeños acontecimientos que vivieron de niños en su pueblo.
La Matanza.
Hace muchos años… cuando llegaba el mes de febrero o marzo, las familias de Cabolafuente, compraban 2 ó 3 cochinillos con el fin de engordarlos y durante los nueve meses siguientes, iban alimentando el animal con los restos de comida sobrante y toda la familia, colaboraba en el engorde del animal con, hierba fresca, patatas hervidas, remolachas etc… que, junto con unos puñados de harina de cereal (salbao), componían el alimento básico del animal.
A medida que se aproximaba el invierno y entrando en los primeros días de frío, se iba planeando la fecha de la matanza, un gran día que preparaban con mucho esmero para juntarse con la familia y ayudarse, lo compartían todo, desde los útiles de la matanza, gancho, cuchillos, banco, etc… hasta la caldera que disponían una para toda la familia.
El papel de la mujer era muy importante, pues unos días antes de la fecha señalada, preparaban los baldes, barreños, cazuelas y compraban las especias necesarias para preparar los embutidos y morcillas. La víspera, se cortaba la cebolla y preparaban el pan para las migas que, junto con el hilo, para atar las morcillas y la sal gorda, eran los elementos imprescindibles e importantes para tener éxito.
El día de la matanza, se consideraba como una gran fiesta, por la mañana muy temprano, los mayores se juntaban y tomaban unas copas de aguardiente y moscatel que junto con unas pastas que el ama de casa había preparado para tal ocasión, servía de desayuno de todos los que con su ayuda, participaban en la matanza del que le decían, «el cochino», ya que pocas veces se usó en Cabolafuente la palabra cerdo.
Cuanta más gente se reunía, mejores momentos pasaban, comían, bebían el excelente vino elaborado en la familia, reían, gastaban bromas y pasaban unos días llenos de convivencia y alegría.
Después del refrigerio matinal, llegaba el momento esperado del día, iban a buscar a la corte al animal, que llevaba desde la noche anterior sin comer y con un poco de trigo en un recipiente lo iban llevando hasta llegar al banco, en muchas ocasiones el animal, intentaba echar a correr y dar algún que otro susto.
Cuando por fin se conseguía aplacar las iras del cerdo, se le subía en el banco y algún experto familiar o vecino, le clavaba el cuchillo. Las mujeres se apresuraban a recoger la sangre en una caldereta para más tarde, elaborar las ricas morcillas.
Pasados estos malos momentos, todo eran risas y alegres comentarios de grandes y pequeños, el trabajo peor había terminado y seguía la alegría mientras se pelaba el cerdo con agua caliente y pajas largas de vencejo que se prendían en una gran hoguera. Una vez chamuscado el cerdo, se lavaba con agua y se raspaba con zoquetas para dejar su piel bien limpia y para finalizar, le sacaban las pezuñas con un gancho.
El animal quedaba preparado para abrirlo y sacar unas pequeñas muestras que el veterinario debía de analizar con urgencia, antes de probar bocado, a continuación, con una estaca que iba de un brazuelo del cerdo al otro y con el fin de poder aguantar el animal, en un agujero en el portal de la casa se colgaba y de este modo, se oreaba el interior del cerdo hasta el día siguiente.
Las madres, abuelas y tías preparaban el almuerzo, que consistía en migas con ajos y pimentón, fritada de hígado, la pajarilla, las criadillas y el morro del cochino, todo estaba buenísimo, al menos en el recuerdo de las personas que tuvimos la suerte de vivir aquellas inolvidables matanzas.
Terminado el almuerzo, las mujeres hacían dos grupos: uno iba con una de las hijas a lavar las tripas, mientras que el otro grupo, se quedaba en casa preparando la mezcla de las morcillas.
Una vez rellenas las tripas con el arroz, cebolla, especias etc..,, las morcillas, se iban poniendo al fuego dentro de una caldera con agua. Era muy bonito observar la cocción a la vez que se oían frases como: «¡pincha, pincha, que se rompen!»; «más fuego, que van muy lentas»; o «saca una a ver como están», y todos los chiquillos alrededor mirando el trajinar de las madres.
Después, los hombres ponían a asar la careta del cerdo con esta buena merienda se tomaban unos buenos tragos de vino en la bota, mientras las mujeres, con su labor de sacar las morcillas y extenderlas para que se oreasen y más tarde, colgadas en varas en los graneros de la casa.
Por la noche, se cenaba las ricas judías blancas que se habían preparado con mucho esmero y que todos decían que estaban muy «ricas» y que junto con las morcillas completaba una cena espectacular..!!, los chicos nos disfrazábamos con ropa vieja de mayores, corbatas, pantalones etc. Y junto con la música que se preparaba con las, corbeteras, cazuelas, almidez y botellas de anís vacías, organizábamos nuestra fiesta particular mientras, los mayores jugaban a cartas y preparaban unos buenos bailes que nosotros imitábamos a la perfección. Todo era fantástico y terminábamos rendidos pero intentábamos aprovechar este día al máximo, que estaba lleno de acontecimientos y de novedades para todos.
Pero la fiesta de la matanza todavía no había acabado, el segundo día, todos los hombres que participaban en la matanza llegaban temprano para descuartizar el cochino, primero, se tomaban sus copitas de anís junto con las pastas caseras y seguido se empezaba a cortar, colocando cada pieza (espinazo, costillares, lomos, jamones, paletillas, cabeza, etc.) en una artesa, al tiempo que cortaban los trozos de magro alrededor de los huesos que servirían más tarde para hacer los chorizos y las güeñas.
Tener en la familia una máquina de picar carne, era todo un lujo en aquella época, las había contadas en el pueblo, así que las familias que no disponían de ninguna máquina, se la pedían prestada la picadora a la vecina más próxima y así picaban y embutían la carne para hacer los chorizos y con la carne de menor calidad, se elaboraban las güeñas.
A continuación se preparaba el adobo en los baldes y se colocaban dentro los huesos, los lomos, los costillares, las orejas, la lengua, etc. La conservación de estas carnes constituía una gran despensa de alimentos que servían para el suministro de todo el año. Al sacarlos del adobo unos días después, se colgaban en el techo de los graneros.
La güeña y las morcillas se empezaban a consumir lo primero, pero los chorizos, lomos y costillares se metían en las ollas con aceite y manteca y a las dos o tres semanas siguientes, se preparaba otra gran fiesta familiar. Las mujeres cortaban a trozos los chorizos, lomos y costillares y, tras dares una vuelta en la sartén, eran colocados en ollas que contenían aceite y manteca. La conservación de estos alimentos era larga y constituían la base de la alimentación durante la época de la recolección de la cosecha.
El cerdo era probado por la mayoría de los familiares y vecinos, pues aquellos que no participaban directamente en la matanza, recibían un puchero de calducho que era el caldo de hervir las morcillas, donde se le echaban zurrapas y tenía restos de alguna morcilla que al hervir, se había reventado, también se añadían especias que le daban un sabor buenísimo que junto con alguna morcilla y un trozo de carne se les acercaba para que lo probaran.
La cena del segundo día de la matanza era muy especial, igualmente nos juntábamos y los trabajos más agotadores ya habían pasado, todos estábamos mas relajados y de buen humor, dando paso a contar historias graciosas, ocurrencias y anécdotas que nos hacían reír y una vez acabada la cena continuaba la diversión de gastar bromas, jugábamos a las cartas todos contentos y felices hasta la hora de dormir.
Esta última noche nos hacía duelo terminarla, pero dentro de nuestra mente, no faltaba la ilusión de pensar en las matanzas de los años siguientes.
A partir del año 2006 y desde la Asociación Cultural, hemos querido recordar momentos no tan lejanos de nuestra historia, haciendo un pequeño homenaje a nuestras gentes y el resultado fue…, fenomenal..!!, más de 240 personas acudieron a nuestro pueblo y con la colaboración de todos y desde este año, empezamos hacer de nuevo la matanza del cerdo, convirtiendo esta jornada en uno de los días… inolvidables!!